Nota: me suelen decir que no escriba entradas tristes en el blog. Ahuyentan a los lectores. La gente quiere leer cosas divertidas. Risas. Fiesta. Alegría. Que parezca que todo es perfecto, bajo una capa de superficialidad por debajo de la cual no hay nada excepto vacío. Yo siempre contesto lo mismo: no escribo en este blog para crear simpatía o atraer lectores que quieran risas fáciles. Apoyo el humor, por supuesto, y es fundamental en la vida. Pero escribo, principalmente, para explicar hechos y actos humanos, buenos y malos, tristes y alegres, felices o duros. Quien quiera fiesta y diversión tiene muchas webs, todas ellas muy respetables. Aquí hablamos del ser humano y de su condición. Y eso a veces implica tocar temas desagradables. Pero que deben conocerse. No quiero crear en el lector melancolías ni dolor. Quiero buscar caminos para aprender juntos a superar esa melancolía y ese dolor. Si es posible.
Esta mañana leía una historia triste de una joven que dejó a su perrita en un centro de cuidados de mascotas para irse de viaje. Al volver, al cabo de tres días, le devolvieron a su perrita muerta, despedazada y metida en un paquete. Obviamente el golpe debió de ser devastador. Las causas pueden discutirse, pero lo que no parece muy lógico es que le devolvieran a la perrita metida en una bolsa. Creo que un poco más de empatía con los dueños de los perros que pierden a sus mascotas es importante. Sé que mucha gente no entiende ni comparte que algunos defendamos a los animales para que sean tratados con respeto, pero yo, en mi caso, hago de eso un elemento primordial de mi vida.
Esta triste historia me ha recordado a otra que viví hace muchos años, cuando era joven. Hablaré de esa historia ahora, pero antes querría hacer una reflexión. Y que nadie crea que estoy comparando nada, porque también sucede que algunos creen que la pregunta «qué es más importante: un humano, o un perro» tiene sentido. ¿Es así?

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