El nazismo, y por extensión, la época entre 1918 y 1945, es un periodo fascinante de la historia, a la vez que terrible y monstruoso. Es esa combinación la que produce una enorme cantidad de libros, películas, reportajes, y, por supuesto, ignorantes, que creen ser nazis por el mero hecho de ponerse una esvástica o perseguir a grupos minoritarios, judíos, negros, y otros grupos «no arios». Como si el nazismo fuese alzar un brazo y gritar un par de consignas.
En realidad el nazismo es mucho más que perseguir a este o aquel grupo. El nazismo supuso la mayor maquinaria ideológica de subversión, manipulación, guerra, y destrucción de seres humanos, tanto desde el punto de vista mental, como el psicológico, como físico.
¿Y qué mejor manera de conocer el nazismo que desde dentro? ¿Qué mejor forma de introducirse en la maquinaria nazi que leer los libros de sus arquitectos?
Eso es lo que he hecho durante años desde mi juventud, procurando leer los libros de sus mayores líderes, y también de sus antagonistas. Ya hablé una vez de las excelentes memorias de Winston Churchill, el hombre que plantó cara al nazismo cuando otros lo apoyaban, dándole un halo de «comprensión», empezando por el Vaticano, que firmó un concordato de apoyo, y lo bendijo tan pronto como en 1933.
Pero hoy quiero hablar de dos libros, de dos de los grandes líderes del nazismo, que leí hace años ya, y que sigo recomendando encarecidamente, para poder penetrar en las mentes más oscuras de la maquinaria nazi. Porque, como dijo Sun Tzu, el primer paso para destruir al enemigo es conocerlo.
En esta primera entrada hablaré de «Diez años y veinte días».

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