Dos puntos de vista del nazismo (I)

El nazismo, y por extensión, la época entre 1918 y 1945, es un periodo fascinante de la historia, a la vez que terrible y monstruoso. Es esa combinación la que produce una enorme cantidad de libros, películas, reportajes, y, por supuesto, ignorantes, que creen ser nazis por el mero hecho de ponerse una esvástica o perseguir a grupos minoritarios, judíos, negros, y otros grupos «no arios». Como si el nazismo fuese alzar un brazo y gritar un par de consignas.

En realidad el nazismo es mucho más que perseguir a este o aquel grupo. El nazismo supuso la mayor maquinaria ideológica de subversión, manipulación, guerra, y destrucción de seres humanos, tanto desde el punto de vista mental, como el psicológico, como físico.

¿Y qué mejor manera de conocer el nazismo que desde dentro? ¿Qué mejor forma de introducirse en la maquinaria nazi que leer los libros de sus arquitectos?

Eso es lo que he hecho durante años desde mi juventud, procurando leer los libros de sus mayores líderes, y también de sus antagonistas. Ya hablé una vez de las excelentes memorias de Winston Churchill, el hombre que plantó cara al nazismo cuando otros lo apoyaban, dándole un halo de «comprensión», empezando por el Vaticano, que firmó un concordato de apoyo, y lo bendijo tan pronto como en 1933.

Pero hoy quiero hablar de dos libros, de dos de los grandes líderes del nazismo, que leí hace años ya, y que sigo recomendando encarecidamente, para poder penetrar en las mentes más oscuras de la maquinaria nazi. Porque, como dijo Sun Tzu, el primer paso para destruir al enemigo es conocerlo.

En esta primera entrada hablaré de «Diez años y veinte días».

Diez años y veinte días. Karl Donitz.
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Veintiocho puentes o veintiocho muros

La Unión Europea ha estado formada en los últimos tiempos por veintiocho países. Ahora son veintisiete por la salida de Reino Unido por el Brexit. Salida que yo personalmente doy por hecha, y además sin acuerdo alguno. Puede que me equivoque claro, pero ya dije, en su momento, que la salida sin acuerdo era lo mejor para el Reino Unido, porque así constará, de forma clara y precisa, lo que significa. También dejará constancia al resto de países lo que supone salir de la Unión Europea.

Alguien podría pensar que yo quiero eso para el Reino Unido. Ni mucho menos. Personalmente preferiría que se quedasen en la Unión Europea, porque la salida de la misma de un país tan importante causará efectos desastrosos a ambos lados del Canal de la Mancha. Pero los más afectados serán los británicos, eso es evidente.

FILE PHOTO: A barbed wire is seen in front of a European Union flag at an immigration reception centre in Bicske

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Cuando la tormenta del odio no entiende de fronteras

Estoy preocupado. Muy preocupado con lo que veo en Europa, y en el mundo. Con el resurgimiento del nazismo en el mundo me llama la atención la delicada respuesta que las fuerzas democráticas exponen sobre el renacimiento de fuerzas cuya finalidad es la destrucción sistemática de la democracia, el sometimiento del pueblo al pensamiento único, el suyo por supuesto, y la posibilidad de volver a un modelo de dictadura que deberíamos de haber superado hace décadas.

La gente no reacciona ante el retorno del nazismo. No es consciente de que los extremos usan la democracia a su antojo, para tomar el poder, y convertir sus ideales fascistas en nuevas formas de gobierno. Mediante el empleo del populismo, la mentira, la manipulación, la demagogia, el uso de proclamas sobre los peligros que acechan al país, y la demonización de todo lo que no sea su ideario político, el nazismo controla las mentes de millones de individuos, que oyen lo que quieren oír. Antes fueron los judíos. Ahora son los africanos. Antes eran los bárbaros. Ahora son los inmigrantes. Antes eran las culturas ajenas a la propia. Ahora hablan de la contaminación de la europa católica y social.

Maximilian
Maximilian Schell en su magnífico papel como abogado defensor

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En memoria de las almas perdidas

Nota: una de las peculiaridades de los blogs es que los autores de los mismos no tenemos que tamizar las palabras, ni intentar quedar bien con nadie. Las palabras surgen espontáneas, y se vuelcan en el papel como se sienten. Y uno de mis objetivos es denunciar los hechos como yo los veo. Sin duda, habrá muchos matices que destacar. Pero cuando veo cómo crecen ciertas actitudes e ideas extremistas y represivas de nuevo en el mundo, me preocupo. Y me preocupo mucho. Porque la caja de Pandora puede abrirse fácilmente. Pero luego cerrarla cuesta muchos años, mucho dolor, vidas, y muerte.

Hoy quisiera dejar de lado el humor, la música, e incluso las letras. Y traer aquí una reflexión. Que no será fácil. Ni cómoda. Ni será trending topic en la redes. Pero que es importante no olvidar. Es importante recordar el pasado doloroso. Porque las risas del hoy serán el llanto del mañana si no hacemos algo pronto.

Vivimos tiempos difíciles. Los rumores de un nuevo fascismo recorren Europa y el mundo. Por todas partes de nuevo se alzan voces proclamando la supremacía de las razas superiores, destinadas a controlar el mundo frente a los pueblos inferiores, que deben ser sometidos, perseguidos, torturados, devueltos a sus países, para que sigan siendo bombardeados. El Ángel de la Muerte sonríe de nuevo. Y la humanidad se acerca de nuevo al abismo.

Toda civilización y toda era de luz tiene su némesis. Los abuelos y los padres que vivieron la guerra civil y la segunda guerra mundial han muerto, y las nuevas generaciones no conocen del dolor de la guerra, del hambre, del sufrimiento, y de la miseria. Los pueblos de occidente han vivido en los restos de la sangre que muchos hombres y mujeres tuvieron que derramar para conseguir una paz precaria, difícil, compleja. Pero real y tangible. Ahora esa precaria paz, ese complejo equilibrio, empieza de nuevo a resquebrajarse. Y observamos cómo las banderas orgullosas de antiguos poderes absolutos se alzan de nuevo, proclamando las mismas premisas que se gritaron y se cantaron en Nuremberg durante los años treinta del siglo XX.

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Nuremberg, Alemania. !934.

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Cuando todo lo que queda son extremos

El mundo pasa por ciclos, eso es algo que la historia ha demostrado cientos de veces. Entre periodos de una cierta cordura y sensatez, se desarrollan épocas, alentadas por las crisis recurrentes, que llevan a personas, sociedades, naciones y pueblos a posturas extremistas y antagonistas. Es algo parecido a lo que hace el cuerpo humano cuando se siente amenazado: ataca los cuerpos que siente extraños, incluso si son beneficiosos para la salud. Un problema de enfermedad autoinmune de carácter social y político. Un lupus que se asienta sobre sociedades que viven en los extremos de la sinrazón y la ignorancia.

El pasado 24 de septiembre, las elecciones en Alemania han llevado al parlamento alemán, el Bundestag (y no el el Reichstag como mucha gente lo llama, por error o a conciencia), a 88 miembros de un partido de extrema derecha. Mucha gente los llama nazis, o neonazis. También en mi país, España, y en otros países, unos se llaman a otros nazis, sea la izquierda a la derecha, o la derecha a la izquierda, aunque en este caso el término «comunista amigo de Stalin» es muy común también.

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Una sombra sobre Europa

«Las democracias son débiles y cobardes. No se preocuparán por los sudetes, ni por Checoslovaquia, ni por Polonia». Esta frase, dicha por Hitler en 1938, tenía mucho de cierto en aquel momento. Y sigue teniendo gran validez actualmente.

Sí, las democracias son débiles, y son cobardes. Mientras todo va bien, todo son risas, progreso, empleo, y consumo. Pero cuando se acerca la siempre inevitable crisis, los demonios y las sombras, que siempre han estado ahí, surgen de nuevo, para tomar a las democracias por el cuello, y ahogarlas con mensajes populistas y demagógicos.

Alguien se preguntará, qué se puede hacer ante algo así. Existen dos alternativas. Una era la que establecieron los romanos, en la que, en tiempos de crisis, nombraban un dictador. Ese dictador, durante un año, tenía el poder casi absoluto para tomar decisiones. Luego cedía el poder al Senado de Roma. La idea es buena en esencia, es práctica, pero ya sabemos cómo acabó: con un Imperio, y un césar, que era simplemente un dictador de por vida.

Existe otra solución, que es la de establecer un sistema que garantice las libertades constitucionales, de pensamiento y de expresión ante cualquier contingencia, para que nadie, ni siquiera un gobierno o una ley máxima, puedan acabar con esos principios básicos. Lamentablemente, los gobiernos, también los democráticos, son los primeros que abogan por el control de las masas y los individuos, por recabar cualquier atisbo de libertad en aras de una mal llamada seguridad, que solo busca el control de todo cuanto acontece. Porque cualquiera que atente contra la libertad, sea un criminal o un fanático terrorista, no se preocupará por cuanta libertad tiene el pueblo, sino por cuánta libertad puede destruir como enemigo de esa libertad.

En ese sentido, controlar los teléfonos, Internet, o cualquier otro medio, sin que medie un juez y una sospecha debidamente presentada y conjugada, se convierte en un enorme aparato de dominio, tanto de las personas como de sus ideas. Es entonces, en ese momento, cuando el mayor enemigo de la democracia es el propio estado. Es entonces, en ese momento, cuando la libertad cae. Y no lo hace por fanáticos religiosos, sino por las acciones llevadas por aquellos que estipulan que se ha de intercambiar libertad por seguridad.

Europa está entrando en una espiral de pérdida de libertades, como ocurre ya desde hace tiempo en Estados Unidos. Y no parece que nadie esté demasiado preocupado. Y ello es porque las democracias son débiles, y cobardes. Hitler, en eso, tuvo razón. Y los que amamos la democracia, y la libertad, por ese motivo, deberíamos tomar conciencia de ese peligro. Porque la fuerza del nazismo, cuando se desate, no la pararán las palabras, sino los hechos. Y los hechos serán, si eso llega a ocurrir, terribles, y lamentables. Esperemos no verlo. Esperemos.

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