De los creadores de «Europa es el demonio», del guionista de «Europa caerá en llamas cuando la abandonemos» y del protagonista de «ahora crearemos un nuevo Imperio», llega a todos los cines: «Brexit II: la venganza del brexiter». Un grupo heroico de patriotas británicos luchan encarnizadamente por liberar al Reino Unido de las manos de la malévola e imperialista Unión Europea. Para ello cuentan con la ayuda del benefactor Putin, el carismático Donald Trump, y el oscuro y poderoso Xi Jinping. No se pierda el desenlace el próximo 1 de febrero de 2020. Y la tercera parte y final llegará para el 1 de enero de 2021: «Brexit III: vamos a morir todos».
Bueno bueno, después de esta pequeña broma, la verdad es que todo llega en la vida, incluso el fatídico Brexit, la separación del Reino Unido de las estructuras de la Unión Europa. Pocas veces en mi vida he visto tal cantidad de falacias, mentiras, distorsiones, engaños, y manipulaciones por parte de un gobierno a un pueblo como el de los tres gobiernos conservadores británicos hacia sus votantes. Primero, con la manipulación de 2016, y, desde entonces, con toda esa parafernalia de palabras que mezclan «Imperio», «Commonwealth», con injurias a la Unión Europea, tachándola básicamente de una corporación corrupta y viciada.
Cuando escribo estas líneas Boris Johnson, que será el más incompetente de los primeros ministros de Reino Unido en toda su historia, se une al más incompetente presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. ¿Y qué puede pasar cuando los dos países de habla inglesa más importantes del mundo deciden dejar todo tipo de sentido común, y lanzarlo todo al populismo y la demagogia? Puede pasar de todo. Como decía Don Quijote: «Cosas raras viéredes, amigo Sancho».
El caso es que los británicos tomaron un petrolero iraní en Gibraltar, y ahora los iraníes, en represalia, han tomado un barco británico en el estrecho de Ormuz. Era evidente que iba a pasar, recordemos la cita: «ojo por ojo, diente por diente». Los británicos amenazan con represalias, mientras los iraníes se caen de la risa ante las bravatas del antiguo país que dominaba los mares de todo el mundo. Hoy solo tiene una fragata en esas aguas de Ormuz, que ya evitó un secuestro hace unos días, y ahora estaba a una hora para impedir este otro secuestro.
Después de que las risas de los iraníes se calmen, los británicos entienden que están solos. ¿De qué me suena esto? Ah, sí, de 1940 claro. Entonces también estaban solos, aunque las circunstancias fuesen muy distintas. Entonces no les quedó más remedio.
Sigo hablando del Brexit, porque sigue el Brexit. Pensábamos que el 29 de marzo explotaba todo ya, pero vamos por el tercer retraso. Ahora la fecha definitiva parece el 31 de octubre, precisamente el día de las brujas y Halloween, qué casualidad. Pero merece la pena hablar de este fenómeno llamado Brexit, sobre todo desde el punto de vista sociológico, que es el que más me interesa.
De pronto, un país decide lanzarse a un precipicio del que no se ve el fondo. Organizan una serie de mentiras, que están probadas y verificadas, y cuando uno de sus máximos mentirosos y embusteros, el señor Boris Johnson, propone ser primer ministro, todos aplauden y felicitan al gran héroe de un proceso que está destruyendo a Reino Unido desde dentro, y de una manera que nunca pude imaginar. Un héroe que ha mentido a las masas, pero la memoria de la ignorancia es tan corta como los hilos que mueven la política populista de ciertas fuerzas y naciones.
Sigo con mi seguimiento puntual, detallado y diario de Brexit. Sí, mucha gente está cansada, y yo también, de este tema. Pero como aficionado a la política internacional, y al juego del gato y el ratón que los países juegan constantemente, no puedo resistirme a seguir con detalle este circo que es el Brexit.
El Brexit nació por una idea del primer ministro Cameron, que se jugó el referendum para ganar las elecciones, pensando que ganaría el «no». Pero la manipulación de la población, y las mentiras directas que se explicaron, más un nacionalismo exacerbado en la idea de volver al Imperio Británico de la época victoriana, hizo que el sí ganase.
La demagogia y las mentiras cubrieron la votación del referendum del Brexit
La Unión Europea ha estado formada en los últimos tiempos por veintiocho países. Ahora son veintisiete por la salida de Reino Unido por el Brexit. Salida que yo personalmente doy por hecha, y además sin acuerdo alguno. Puede que me equivoque claro, pero ya dije, en su momento, que la salida sin acuerdo era lo mejor para el Reino Unido, porque así constará, de forma clara y precisa, lo que significa. También dejará constancia al resto de países lo que supone salir de la Unión Europea.
Alguien podría pensar que yo quiero eso para el Reino Unido. Ni mucho menos. Personalmente preferiría que se quedasen en la Unión Europea, porque la salida de la misma de un país tan importante causará efectos desastrosos a ambos lados del Canal de la Mancha. Pero los más afectados serán los británicos, eso es evidente.
Cuando escribo estas líneas, el ministro británico del interior, David Davis, ha dimitido como miembro del gobierno de la primera ministra, Theresa May.
Davis, uno de los partidarios del ala dura del partido y de romper totalmente con la Unión Europa, está en contra totalmente de acuerdos que diluyan la capacidad de respuesta y de toma de decisiones del Reino Unido. «Brexit es Brexit» es el lema entre los euroescépticos. Y así ha de ser.
Durante la segunda guerra mundial, y ya desde el inicio, la Kriegsmarine, la marina de guerra de Alemania, tenía como objetivo ahogar a Reino Unido comercialmente, evitando que las islas recibieran recursos, para de este modo, obligar al gobierno de Winston Churchill a capitular, y pedir un armisticio a Hitler. De hecho, el propio Churchill lo dejó claro en sus memorias: «durante la guerra, lo que más me preocupó fue la Batalla del Atlántico». Y era así. Esta batalla, que se basaba en el uso de sumergibles alemanes para hundir los barcos mercantes ingleses y de otras nacionalidades, hizo muchísimo daño a la economía británica. Fue luego, con mejores técnicas de defensa como el sónar (Asdic), y aviones, así como con el radar, cuando se dio vuelta a la dramática situación.
Las cosas se ponen difíciles para los extranjeros en Estados Unidos, y en Reino Unido una mujer holandesa, que lleva 22 años en Gran Bretaña, casada con un inglés, y con dos hijos ingleses, ha sido invitada a irse, tal como se indica en una parte de este texto.
Mientras, Donald Trump ataca a uno de los tres poderes, el sistema judicial en su país, olvidando que los tres poderes existen para tratar de equilibrar las fuerzas, de tal modo que ninguno de esos tres poderes pueda tener deseos de ir más allá de lo que debería esperarse de una persona que ejerce un cargo público. El lenguaje fácil de Trump anima a mucha gente a seguirle, porque hace sonar una flauta cuya música invita a caminar incluso hasta el precipicio más alto. En Francia Le Pen pone en aprietos a los políticos tradicionales, y en otros países también las fuerzas extremistas se preparan para tomar el poder. En Rusia, Putin sonríe ante la división de Europa y Estados Unidos, sabiendo que se acerca su momento: el de un occidente dividido, incapaz de tomar decisiones. Como siempre, la historia nos recuerda lo que estas actitudes populistas y demagógicas traen a los pueblos.
El presidente Roosevelt anuncia el ataque a Pearl Harbor; aquello tuvo un aspecto positivo; hizo callar a los aislacionistas republicanos. Y un aspecto negativo: los campos de concentración de japoneses en suelo estadounidense; nunca imitar las monstruosidades del contrario te hará más efectivo ni mejor
En la primavera de 1940, mientras las tropas francesas e inglesas abandonaban Dunkerque, la Alemania nazi controlaba ya gran parte de Europa. El Reino Unido se encontraba solo frente a aquella máquina de guerra. Hitler pasaba unos días en París, haciendo demostraciones de fuerza con sus ejércitos y con la Luftwaffe de Hermann Goering.
Mientras tanto, en Estados Unidos, el gobierno republicano insistía en que esa guerra no le interesaba a Estados Unidos, y que Europa debería valerse sola y por sí misma, si quería recuperar la libertad. Franlin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos, apoyaba sin embargo al gobierno inglés. Sabía que, si Reino Unido caía, Estados Unidos estaría en grave peligro. Amenazados en el Atlántico por los submarinos de la fuerza naval alemana, laKriegsmarine, y en el pacífico por la Flota Combinada del Imperio japonés, esa pinza pondría en graves aprietos a un país cuyo ejército era relativamente moderno, pero pequeño y muy poco preparado. Su fuerza aérea era muy pequeña, y sus aviones obsoletos, aunque se empezaban a fabricar unas pocas unidades más avanzadas.
Entonces, el 10 de mayo, Winston Churchill pronunció el discurso más importante de su vida, y uno de los más importantes en la historia de las contiendas bélicas. Su frase “solo puedo prometeros sangre, sudor, y lágrimas”, no era un mensaje populista. No intentaba ganarse al pueblo. Ni engañarlo. Ni mentir. Era la pura y cruda realidad: Alemania pondría a Reino Unido de rodillas si cada británico no ponía de su parte para combatir una ofensiva que dio lugar a lo que se llamó “The battle of Britain” que en español se tradujo como “La batalla de Inglaterra”.
El Reino Unido pudo hacer frente a la invasión nazi, y detenerla, porque se había preparado física y mentalmente. Varios hombres clave comprendieron que era necesario explicar que al fascismo y al nazismo no se le derrotan con palabras, ni con argumentos fáciles de entender, ni con comentarios racistas o xenófobos, ni poniendo muros. Recordemos la gran cantidad de alemanes, polacos, franceses, belgas, holandeses, y de otras nacionalidades que fueron a Reino Unido y Estados Unidos, y que fueron fundamentales durante y después de la guerra para hacer grandes a esos dos países.
Solo un ejemplo puede ser claro: en 1940 se necesitaban pilotos. Cuando los pilotos extranjeros obtuvieron permiso para volar, La Fuerza Aérea británica, la RAF, tuvo en sus manos la capacidad de detener a los alemanes. Juntos, unidos, los pilotos ingleses, con los polacos, con los canadienses, los australianos, los franceses, y de muchas otras nacionalidades, juntos, repito, lucharon contra la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, y vencieron. Algo que parecía casi imposible se logró luchando juntos.
Churchill, que era un hombre muy conservador en muchos aspectos, no era sin embargo un demagogo vendedor de ilusiones, ni le decía a la gente palabras para tenerlos contentos. Les dijo siempre la verdad, y la verdad caló hondo en el pueblo británico.
«Coraje es lo que se requiere para mantenerse de pie y hablar; coraje es también lo que se requiere para sentarse y escuchar» (W. Churchill).
Estados Unidos y Reino Unido terminaron la guerra como el eje angloamericano aliado que luchó contra la maquinaria nazi y venció. No eran perfectos, por supuesto, y se cometieron errores. Pero lucharon por un modelo de democracia y libertad que durante setenta años ha permitido desarrollar modelos democráticos de libertad y de justicia social y política.
Hoy, las tornas se han cambiado. Los británicos y los americanos se cierran en banda, y las libertades, tan duramente obtenidas, que tantas vidas y sacrificios supusieron, están en juego, precisamente por aquellos que las obtuvieron a base de mucho esfuerzo. Y los soldados de diversos países, que lucharon juntos sin preguntarse de dónde eran, se preguntarían qué está ocurriendo, y para qué dieron su vida.
La demagogia barata y el populismo envuelven a dos grandes países. Y la democracia y la libertad están en serio peligro. El odio a todo lo que sea distinto, o a todo lo que venga de otro país, es la antesala a las peores pesadillas de nacionalismos racistas y xenófobos, donde “lo mío es primero”. Recuerda al niño consentido que patalea porque no tiene lo que quiere cuando lo quiere. Un niño que ha sido educado en el rencor, en la avaricia, en el egoísmo, y en la intolerancia y falta de respeto a todo lo que no sea su voluntad.
Ese niño ha crecido. Y ahora no reclama sus juguetes y los de los demás. Ahora reclama convertirse en fiscal, juez y ejecutor, pasando por encima de cualquier poder, y, sobre todo, pasando por encima de las libertades tan duramente ganadas. Por eso, yo hoy, solo puedo prometeros sangre, racismo, y xenofobia. Como el viejo y cascarrabias de Churchill, no quiero jugar a verlo todo de color de rosa. La cosa pinta muy mal. Y las consecuencias serán una nueva batalla de Inglaterra. Una nueva batalla por la libertad.
Yo me apunto a esa batalla. No consentiré que la memoria de los que dieron su vida por la democracia sean ahora ultrajados y vendidos a cuatro oportunistas demagogos. No lo haré jamás.
Dicen que el ser humano no puede viajar en el tiempo. Y es cierto, hoy por hoy es imposible, y quizás nunca podamos. Pero hay una entidad en la Tierra que sí puede viajar en el tiempo: las sociedades, o, en general, los países. Pongámonos en escena:
Te levantas por la mañana. Pones la tele, o te conectas a Internet, y entre sorbo y sorbo de café escuchas a la ministra del interior británica decir que quiere listas de extranjeros en las empresas de su país, y que hay que controlar los flujos de emigrantes para poder controlar la delincuencia, mientras quieren que el máximo porcentaje de trabajadores del país sean británicos, impidiendo la entrada a extranjeros, o eliminando a estos a favor de trabajadores británicos. Y empiezas a plantearte si están poniendo alguna película de ciencia ficción en lugar de las noticias.
Cuando escribo esto, queda una semana para que se vote en Reino Unido si esta nación debe abandonar la Unión Europa, y acaba de fallecer la diputada laborista Jo Cox, de 41 años y con dos chicos. Y todo el mundo se lamenta de estos dos hechos, muy distintos entre sí, y completamente hermanados por un hilo conductor común: el odio. El odio hacia lo que es distinto, a lo que no es de tu casa, de tu barrio, de tu proximidad.
Ese fenómeno lo conoce la humanidad desde hace cientos de miles de años, y se llama tribalización o tribalismo:
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