Hoy quiero traer a este pequeño blog una pequeña reflexión sobre el sentido y la necesidad de la ciencia ficción. En un mundo moderno y lleno de noticias sobre tecnología, ¿sigue siendo necesaria la ciencia ficción? La respuesta es un rotundo sí. ¿Por qué? Porque no debemos confundirnos: la naturaleza final de la ciencia ficción no es hablar de tecnologías, ni de progreso científico. La naturaleza final de la ciencia ficción es hablar del ser humano, de su naturaleza, de su condición, y de su proyección al futuro.
Ese es el motivo que me ha llevado a escribir este texto. Y aquí explicaré por qué la ciencia ficción sigue siendo una materia de primer orden para el ser humano.
«2001» no habla de un viaje a Júpiter (Saturno en el libro), sino de un viaje de la humanidad hacia un nuevo estadio de realidad cósmica.
Dirá usted qué hace alguien como yo, un simple informático de tercera regional, poniendo en duda los comentarios de un brillante físico galardonado con el premio Nobel. Y tendrá usted razón: yo no dispongo de los conocimientos ni aptitudes de ese genio que es Michel Mayor, astrónomo suizo galardonado en 2019 con este prestigioso premio.
Sin embargo, por mucho que lo intento, no puedo estar de acuerdo con el señor Mayor cuando dice que no se podrá viajar a planetas extrasolares. Atención a esto porque algunos medios de comunicación han dicho «planetas» indicando Marte por ejemplo. A Marte se ha viajado ya, con sondas, y se supone que irán seres humanos dentro de unas décadas. El señor Mayor se refiere a planetas de otras estrellas.
¿Tiene argumentos Mayor para apoyar su afirmación? Muchísimos argumentos. ¿Tengo yo argumentos para intentar refutar su afirmación? Prácticamente ninguno. Entonces, ¿por qué mi osadía? Es muy sencillo. Por dos razones: la primera, porque no hemos dicho la última palabra en física teórica, ni mucho menos. La segunda, porque, si algo caracteriza al ser humano, es por hacer realidad aquello que se dice imposible. Pero vamos a verlo con más detalle.
La nave Prometheus de la película del mismo nombre.
Estamos en la era de la Inteligencia Artificial (IA). O eso nos dicen los publicistas, en un engaño de enormes proporciones, donde este argumento de la IA se usa para vendernos cualquier producto, vestido con el impactante argumento: «incorpora IA». Todo lleva «IA». Me extraña que no haya salido ropa interior con IA todavía. Aunque probablemente haya algo ya preparándose en el mercado, no me extrañaría.
Antes de nada, dejemos algo muy claro: la IA no existe. Lo comenté hace poco sobre esa noticia relacionada con una androide llamada Sophia. Esa tal Sophia no tiene nada de inteligente, y es solo un sistema de reconocimiento de voz sin más.
Lo que se llama IA es un conjunto de algoritmos sofisticados y complejos que resuelven problemas diversos, pero siempre concretos y cuantificables. No le pida a la IA que razone sobre filosofía o sobre el ser humano, y no espere que estos sistemas de voz como Alexa, Siri y otros tengan respuestas a sus preguntas. Son simples programas informáticos primitivos si se compara con la lógica interna de una sola célula del ser humano. Pero vamos al tema: ¿cómo engañar a una IA? Les cuento un caso reciente.
Una IA es muy fácil de engañar, solo requiere de algo de destreza y habilidad
El antropomorfismo es el hábito del ser humano de dotar de capacidades humanas, sean físicas o psicológicas, a entidades que no son humanas, y que disponen de sus propias pautas de comportamiento y desarrollo. El ejemplo más habitual se da con las mascotas. Por ejemplo, la tendencia de los veganos a dar solo vegetales a los animales es algo que se podría considerar maltrato animal, ya que los perros, y los gatos, son carnívoros, y pretender que sean veganos es como pretender que un tigre haga amistad con una cebra y se vayan de fin de semana al campo.
La naturaleza es como es, pero el ser humano pretende cambiarla y adaptarla a sus creencias, y además dice que eso es estar en comunión con la naturaleza. Eso es evidentemente falso. La naturaleza es brutal y no contempla ningún tipo de moral humana, y convertir a los animales en meras réplicas del comportamiento humano es una muestra de las muchas limitaciones de la moral y el comportamiento humanos, que se considera un ser avanzado, cuando no es más que un conjunto de reglas morales y éticas que cambian con los años y los siglos, y que nada tienen que ver con el universo y su naturaleza.
He hablado recientemente de la falacia de la robótica, y de la inteligencia artificial, como argumentos que se pretende usar para un futuro de máquinas inteligentes y autosuficientes, capaces de tomar decisiones, y, por lo tanto, moralmente responsables de sus actos. Un argumento que, como ya expliqué en esos dos textos, carece de valor.
Pero sigo encontrándome textos fantásticos y llenos de argumentos, explicando las presuntas responsabilidades que los robots tendrán cuando sean autónomos. Que, de hecho, ya lo son, en muchos sentidos, no en el principal: el de disponer de conciencia, y de una moral y ética que les permita poder responsabilizarse de sus propios actos.
Mientras ese momento no llegue, tendremos que entender que los robots, por muy sofisticados que sean, seguirán siendo máquinas, instrumentos, y responsabilidad de la humanidad.
Isaac Asimov, creador de las Tres Leyes de la Robótica
Ya he comentado, en alguna ocasion, que soy un gran fan de Isaac Asimov. Sus libros de ciencia ficción, pero también los de divulgación científica, fueron de gran ayuda para mí. Los primeros, para descubrirme un universo casi infinito de posibilidades literarias. los segundos, para que descubriese que incluso yo soy capaz de entender conceptos generales de ciencia, si estos se explican con el suficiente entusiasmo y claridad.
Pero hay una cosa en la que discrepo, y que me disculpe el lector por poner en duda a un genio que lo fue durante gran parte del siglo XX. Esa discrepancia está relacionada con la inteligencia artificial, conocida popularmente como IA (o AI en inglés). Asimov creía que no veía factible poder crear una inteligencia artificial como la humana, o que, en todo caso, no era necesario. La razón era muy sencilla: ya tenemos la inteligencia humana. ¿Para qué queremos otra? Mejor sería crear otro tipo de inteligencia, que complemente a la humana, para así unir ambas en el desarrollo y búsqueda de nuevos conceptos de conocimiento compartido.
Como ya comenté recientemente, todo el mundo está entusiasmado explicando diversos fenómenos naturales mediante la presencia de extraterrestres. Cuando hablamos de extraterrestres, siempre por supuesto pensamos en seres inteligentes, no como sucede en la Tierra.
Bueno, dejando aparte esta pequeña broma, nos referimos a seres que son capaces de mostrar signos de comprender aspectos de las matemáticas, leyes de la física, comunicación verbal compleja, e interacción social avanzada. No, no me refiero a ballenas y delfines, que cumplen todos esos requisitos. Falta uno: manipulación del entorno para creación de herramientas, y muy importante: creación de herramientas para crear herramientas. Algunos simios usan palos o piedras, pero no construyen objetos usando otros objetos.
Pero el sueño del ser humano, o a menos de algunos seres humanos, es poder contactar con una civilización extraterrestre, o al menos, verificar su existencia. Sin duda sería probablemente un suceso de proporciones colosales para la humanidad. ¿O existen otras posibilidades?
En la historia de la ciencia ficción, la robótica (palabra inventada por el maestro Isaac Asimov) ha sido una constante. La fascinación por los «seres mecánicos» siempre ha creado grandes expectativas. Pero es el siglo XX, y por supuesto el XXI, cuando estamos viendo grandes logros en esta materia.
En la saga Aesir-Vanir, uno de los personajes principales es Sandra, un androide avanzado que vive una serie de aventuras a lo largo de los libros de lo que he dado en llamar «la saga de Sandra», compuesta por «Operación Fólvangr», «Las cenizas de Sangetall», «Las entrañas de Nidavellir» y «La insurrección de los Einherjar».
En «Ángeles de Helheim» aparece brevemente otro androide similar, un modelo algo inferior, llamado Nerea. Sandra y Nerea comparten algo en común: son androides con aspecto femenino, lo cual causa entusiasmo entre la población masculina, y en parte de la población femenina. Pero esa es precisamente la idea de sus diseñadores. Estos son androides de infiltración y combate, y usan el sexo y la atracción sexual como un arma más para obtener información. Algo tan viejo como la humanidad, pero llevado a cabo por máquinas que no se preocupan por los pequeños detalles de la moral humana.
Para corroborar la fascinación que crean los robots, la imagen adjunta es la de un robot que ha creado un entusiasta de la robótica. Enamorado de Scarlett Johansson, ha creado una copia de la misma. No es ella. Pero atención: en el futuro, podríamos llegar a confundirlas. Es cuestión de años y avances en la tecnología y la IA.
¿Por qué no? Veamos un anuncio: «Señor, señora: ¿le gusta Brad Pitt? ¿Le gusta Charlize Theron? Nosotros le hacemos una copia idéntica, con su personalidad y su aspecto, pero sin tener que pagarle el divorcio, y pudiendo darle al botón de apagado si molesta. No se queja, no protesta, y te deja hacer tus cosas cuando quieras, sea jugar a la consola, ver el futbol, o salir de compras». Sí. Suena un poco machista, pero ya sabéis: la publicidad es machista, y usa el machismo para captar la atención.
El mundo va a cambiar mucho con los robots, aunque en este caso deberíamos hablar de androides. Es cuestión de tiempo. Asimov ya escribió impresionantes historias. Él no pudo llegar a verlo. Nosotros es posible que veamos el inicio de una nueva era de hombres y robots viviendo en armonía. Bueno; casi en armonía. En la imagen, la Scarlett Robot. Hola guapa: ¿te apetece una actualización del sistema en mi casa?
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