El universo nos hizo mortales. Pero la literatura nos enseñó un camino para la inmortalidad. Y ese camino es el que emprenden algunos escritores, consagrados para convertir sus obras en un legado milenario, que ofrece a cada nueva generación las mismas palabras, los mismos hechos narrados, pero que son interpretados de distinta forma por cada nueva generación. Esa es la magia de un libro: puede escribirse una vez, pero tiene tantos significados como lectores y siglos transcurran por sus páginas.
No es extraño, por lo tanto, que nosotros, pobres mortales, queramos ascender al cielo de los eternos con nuestras letras, con nuestras obras. Pero muchos serán los publicados, y pocos los que volverán del río Estigia al mundo de los dioses para ser recordados para siempre.
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